Seguramente Patanjali jamás imaginó que su ciencia llegaría tan lejos

viernes, 27 de julio de 2012

Palabras para Los Discípulos


Por fin ya está aquí el nuevo vídeo sobre el libro. Desde aquí quiero daros las gracias a todos los que intervenís en él: Adela Navarro, Almudena Ovejero, Ana Santa Cruz, Ángel Pérez, Carlos Hernández, Elena Escribano, Elva González, Guadalupe Lorenzo, Isabel Garrido, Lola Hernández, Mª José Sánchez Lucas, Mª José Sánchez Pérez, Manuel de la Cruz, Mar Prieto, José Francisco Martínez, Pilar Hernández, Pilar Cifuentes y Sonia Bartol. Como podréis comprobar, he tenido que recortar vuestras intervenciones. Quería, ante todo, emitir un mensaje corto y directo, y que el vídeo no durara más de cuatro minutos.

También quiero daros las gracias a todos los que me habéis ayudado con los subtítulos en inglés, especialmente a Elva. No domino este idioma a la perfección, pero creo que a grandes rasgos la traducción es buena y refleja las palabras originales.

La música de fondo es mía. He querido ser fiel al espíritu artesanal que alienta a todo este trabajo desde el principio. No ha quedado mal a pesar de que estas notas fueron las primeras que salieron del primer piano frente al que me he sentado. Gracias a Carmen Paino por cedérmelo por unos minutos. Resulta un tanto minimalista, hasta zen diría yo.


A pesar de que la calidad de las imágenes no es del todo buena, creo que puede ser una interesante carta de presentación para el libro, por el cual sigo apostando con fuerza. Espero por tanto que, si no lo habéis hecho ya, os animéis a comprarlo y a leerlo. Y dentro de poco será más fácil; pronto estará disponible una versión en pdf que podréis adquirir online.

Mientras tanto, espero que disfrutéis de la música, de las palabras y también de los silencios.

martes, 17 de julio de 2012

¿Puede un yogui de barrio decir algo realmente importante?


Hay algunos centros de yoga que están de moda, que tienen cierto renombre, que son frecuentados por numerosos adeptos, que parecen estar a la última en la ciencia de Patanjali. Hace poco visité uno de ellos, con mi libro debajo del brazo, para dejar allí algunos marcapáginas e información sobre mi pequeño y provinciano animal literario.

Y ciertamente uno puede sentirse muy poca cosa entre tantos panfletos, entre toda la información detallada de cursos, programas, clases, yoga de verano… Cuando les hablé de mi libro dijeron: «Mira que majo», como queriendo añadir: «A pesar de lo poco que sabrá de todo esto, se atreve a escribir un libro y a presentarse con él aquí, ofreciéndonoslo a nosotros poniéndolo delante de nuestras narices».

Aunque tal vez todo son interpretaciones mías. Lo que está claro es que las anotaciones al margen venden poco. Todo el mundo quiere oír hablar de lo magnífico que es el yoga, que lo es, uno se queda obnubilado con las andanzas de tal o cual maestro, nos impresionan las historias de algunos buscadores espirituales que terminaron bebiendo de miles de gurús…

El arquetipo del buscador. Para el curriculum está bien. No abundan tanto los que han terminado encontrando cosas valiosas, y menos aún los que han sabido crearse su propia vida espiritual, sin buscar y sin encontrar. Porque el que uno busque mucho no quiere decir que uno encuentre algo. Aquí, como en muchos otros casos, puede ser que menos sea más.

Y eso es lo que son Los Discípulos, no son ni buscadores ni encontradores. Su espiritualidad está mucho más allá o mucho más acá de todo eso. Sí, hay al menos una cosa que un yogui provinciano puede aportar, algo por cierto que no puede comprarse ni venderse. Y es su propia creatividad espiritual, que desde luego no está reñida con la sabiduría.

El ruido yóguico es abundante. La sabiduría, en cambio y como casi siempre, solamente puede encontrarse entre bastidores. A veces lo verdaderamente transformador nos pasa desapercibido. ¿Y por qué? Probablemente porque sólo se necesitan cosas simples, miradas inocentes y originarias, ojos que puedan descubrir la simplicidad esencial que se esconde detrás de todos los aderezos.

Nuestra atención yóguica necesita ser una atención flotante, una mirada que no sólo se fije en las evidencias de la práctica o en las rutinas preestablecidas, sino también en todo lo que las rodea, en la vida misma, una actitud que es más un centramiento que una concentración. Y eso es una apertura que probablemente nos aleja, sí, de todos los marcos yóguicos tradicionales. Tal vez así podamos encontrarnos con una sabiduría insospechada.