Seguramente Patanjali jamás imaginó que su ciencia llegaría tan lejos

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domingo, 11 de noviembre de 2012

Yoga, literatura, fenomenología y guruísmo: en la era del mindfulness y de la espiritualidad 3.0

Construir un puente entre el yoga y la literatura: una nueva tarea. Como si fuera poca cosa el acueducto que a veces se adivina entre ciencia y espiritualidad. Lo cierto es que ese puente siempre ha existido, aunque los hathayoguis modernos no lo transiten demasiado.

La tradición hindú es rica en obras literarias imprescindibles, pero parece que todo el mérito literario se lo concedemos a los sabios de la antigüedad o a los pocos iluminados que de vez en cuando irrumpen en escena, o a los que consideramos iluminados.

Apelamos a las tablas de las leyes yóguicas que ya están escritas. Y mientras tanto muy pocos hablan de su experiencia, de su verdadera y sincera experiencia de vida a la luz del yoga. No me refiero a lo que se debe experimentar, sino a lo que verdaderamente se experimenta. Necesitamos un lived-yoga que no preste demasiada atención a las rutas preestablecidas –ya casi petrificadas- de los fundadores.

Gurú

Pero las cosas parecen estar cambiando, aunque todavía eso que podemos llamar guruísmo tiene un gran peso en nuestra forma de concebir nuestra ciencia. Y sin embargo el hecho de seguir de forma incondicional, y a veces compulsiva, a un determinado gurú puede no ser suficiente. De hecho, nunca es suficiente.

Pronto dejaremos de referirnos a ellos como la única fuente de autoridad que pueda sancionar nuestras prácticas y posiblemente nuestros logros. Tal vez ellos mismos dejen de ser el único faro que pueda iluminarnos en nuestro viaje hacia el Atman, porque quizá muy pronto nuestra idea de lo que es el Atman cambie de forma irreversible.

Estamos entrando en la era del mindfulness y de la espiritualidad 3.0. El propio espíritu dejará de ser un lugar al que ir para convertirse en una experiencia que compartir. ¿Por qué no poner sobre la mesa los descubrimientos yóguicos personales para ver qué es lo que realmente compartimos?

Sigue pesando la práctica y el pensamiento de que la práctica es lo más importante. Eso aún delata nuestro compromiso con los cánones tradicionales. Pero aquí de lo que se trata, más que de práctica y de los pormenores de la misma, es de ver qué pasa realmente por dentro y de saber comunicarlo a los demás sinceramente.

Y así llegamos a la fenomenología. Desde luego, no vamos a tirar los mapas del espíritu tradicionales, pero quizá tendríamos que apostar por tratar de abrir nuevas rutas en el océano de la conciencia. Encabezar expediciones pioneras requiere probablemente un gran esfuerzo, pero cuando nuestras ideas de lo que es la conciencia y el espíritu se caigan por su propio peso no tendremos más remedio que hacerlo. Y entonces Los Discípulos seguirán estando ahí.

martes, 28 de agosto de 2012

Yoga de color farinato

La siguiente es una entrevista que concedí hace unos meses a la revista Plaza Pública de Nuevo Naharros, una pequeña localidad cercana a Salamanca en la que imparto clases de yoga desde hace un par de años. Ha sido publicada en el número 11 de dicha revista. La reproduzco aquí en su totalidad.

¿Qué podrías decirnos del yoga? ¿Cuáles son sus elementos distintivos? Si tuviera un color o un sabor, ¿cuál sería?
Si alguien nos preguntara cuál es el color de los grandes sabios hindúes o el color del yoga, diríamos fácilmente que el naranja o el blanco. Colores vivos, y ahora más que nunca, al igual que la ciencia del yoga, que ya es una cosa común en Occidente, incluso en provincias como la nuestra. El medio rural no es ajeno a la expansión de esta práctica india.
Las asanas (posturas del yoga) se han hecho un hueco dentro de las tradiciones locales de los pueblos. Todo encaja. Como bien dijo mi amiga Belén Santana con motivo de la presentación de mi último libro, hace un par de meses, el yoga es compatible con el farinato.

¿Es una ciencia del cuerpo, de la mente, o de ambos?
Casi todo el mundo sabe qué es lo que implica practicar esta doctrina. Los beneficios para la salud son un hecho. Está casi todo dicho, pero uno puede consultar cualquier libro sobre el tema en cualquier biblioteca para darse cuenta de que es así. Con la práctica uno reconoce una nueva realidad corporal y participa de ella, el cuerpo cambia y se renueva. Pero la cosa no se queda en lo puramente físico. El yoga también es una ciencia de la mente, un método y una disciplina que puede ayudarnos a conocer su naturaleza. En una ocasión un alumno me preguntó: «¿Qué puedo hacer para parar mi mente?». Le dije que no podía hacer nada, ya que la naturaleza de la mente es precisamente moverse.
En ocasiones a mis alumnos les pregunto dónde está la mente. Pero no me refiero con ello a que me digan qué están pensando, sino literalmente dónde está la mente, en qué lugar. «¿Está la mente en la cabeza?». Obviamente no. Si abriera la cabeza de todos mis alumnos sólo me encontraría con un puñado de sesos grises. Por tanto, éste es un gran descubrimiento: la mente no está en la cabeza ni en ningún otro lugar del mundo físico. No puedo ver los pensamientos de las demás personas o localizarlos en algún lugar del espacio. Tenemos que estudiar la naturaleza de este espacio mental, y eso se consigue a través del yoga.

¿Tiene que ver con la espiritualidad?
Siempre me gusta insistir en que el yoga no es sólo una disciplina física, no es sólo una especie de gimnasia, también es una disciplina que se ocupa de nuestra dimensión mental y de nuestra dimensión espiritual, si queremos decirlo así, independientemente de lo que entendamos por espiritual. Porque, desde el punto de vista de la tradición hindú, el ser humano consta de varios niveles: cuerpo, mente, alma, espíritu. Las posturas de yoga, al fin y al cabo, son la parte más visible de todo el asunto. Y es que la mente –y con ella nuestra visión del mundo y de las cosas– también cambia con la práctica.

¿Quién puede practicarlo?
Uno puede empezar desde donde se encuentre, desde el nivel en el que esté, y después ir profundizando. El menú yóguico siempre es variado y uno puede tomar lo que más le atraiga de él. No hay dogmas, rigideces ni métodos invariables. Flexibilidad y sutileza, éstas quizá sean dos de las cualidades más importantes de esta tradición.
La constancia es importante. Sin ella es casi imposible percibir algún avance. Con esa predisposición y con algo de voluntad por nuestra parte podemos ir prosperando en nuestra andadura yóguica. Unos descubrimientos nos conducen a otros. Profundizamos en las dimensiones sutiles de nuestra naturaleza. Invertimos en el conocimiento de nosotros mismos. A través de nuestra práctica sembramos hoy las semillas de un mañana en el que la plenitud y la salud puedan ser nuestras señas de identidad. Esculpimos en nuestro carácter ciertas trazas de sabiduría. Y, por supuesto, no somos ajenos al mundo. Los estereotipos yóguicos deben empezar a caerse por su propio peso. No estamos todo el día meditando, sentados en el suelo recitando el mantra om.

¿Qué se pretende conseguir con el yoga?
Mi yoga pretende ser un yoga activo, un yoga que se implique en lo social y que no le de la espalda a la realidad en la que vivimos. Aunque creo que esto está aún por inventarse. Todavía no sabemos cómo la difusión de la práctica de nuestra ciencia va a modificar la faz de nuestro mundo y de nuestras costumbres. Aún es pronto. Pero quizá el talante de las personas que lo practican comienza a sobresalir por encima de la media. «Sirve, ama, da, purifica, medita, realízate». Éstas son algunas de las prescripciones de Sivananda, uno de los sabios que difundió el yoga con más brío durante el siglo pasado. Realizarnos, hacer real lo que somos. Ésa es una buena meta que nos podemos imponer. Aquí Oriente y Occidente se dan la mano, porque la llamada psicología transpersonal –una ciencia exclusivamente occidental– también apuesta por eso. Llegar a ser lo que somos. Ésta puede ser la culminación de nuestras aspiraciones yóguicas, una llama y un fuego que quizá nos convenga mantener encendido en algún lugar de nuestro interior, especialmente en estos tiempos de crisis. Si el fuego se mantiene activo, el calor está asegurado.

¿Ha sido el yoga bien acogido en nuestra provincia?
Merecemos tenerlo entre nosotros, merecemos que el yoga llegue a los confines de nuestra provincia. Ahí está su última frontera, el último bastión conquistado por la ciencia de Patanjali (uno de los sabios del yoga). Todos podemos contribuir a ese hecho, porque todos, alumnos y profesores, somos discípulos de Matsyendra, el legendario señor de los peces, de quien procede esta tradición. Él estaría sorprendido del alcance que ha tenido su saber entre nosotros, pero a la vez orgulloso porque hemos sido capaces de poner sobre la mesa y de hacer llegar a todo el mundo las bondades de sus métodos.
De esto da cuenta Los Discípulos del Señor Pez, relato en el que se dibuja y se refleja la trayectoria que podría recorrer cualquier yogui occidental, cualquier persona que se ve empujada a la práctica por un anhelo de conocimiento que no encuentra en ninguna otra parte. Como ya he dicho en muchas ocasiones, hay muchos manuales de yoga, algunos imprescindibles si lo que deseamos es iniciarnos en él con cierto fundamento y con ciertas garantías. Por eso decidí escribir una historia diferente, porque creo que necesitamos que los expertos nos hablen en primera persona y nos cuenten sus experiencias. ¿Cuáles son sus motivos para practicar, sus dificultades, sus miedos, sus dudas, sus descubrimientos? ¿Qué es lo que uno consigue con la práctica? ¿Cómo es la vida de un yogui? En cierto sentido necesitamos bajar a los yoguis del pedestal al que los hemos subido, porque creo que al fin y al cabo no son más que personas comunes y corrientes que empezaron desde donde todos hemos empezado. Por eso el Señor Pez puede ser una buena inspiración para todo el mundo.


Yoga y literatura, una interesante mezcla, ¿no es así?
Sí, me parece interesante que ambas se den la mano. La tradición literaria antigua tiene un peso importante en la cosmovisión hindú. En cambio parece haberlo perdido en tiempos recientes. No se tienen en cuenta estos factores literarios o artísticos en el yoga que se practica hoy. Creo que esto principalmente ocurre porque el yoga no es una ciencia que se lea. El yoga se practica, pero no se lee. Sin embargo, me ha parecido importante rescatar este aspecto. La lectura también puede ser una práctica yóguica y, como toda práctica, también puede contribuir a transformar nuestra mente. Con la buena literatura el enriquecimiento está asegurado. Así pues, ejercicio físico, relajación, respiración, meditación y también lectura. En este caso creo que las aventuras del Señor Pez están bien para empezar.

martes, 26 de junio de 2012

Yoguis que leen, escritores que practican yoga


Ni lo uno ni lo otro. Eso es lo que pienso a la hora de hacer balance tras la gira primaveral de presentaciones. Es el momento de sacar conclusiones, de planificar los próximos pasos a dar, de diseñar nuevas estrategias para difundir este trabajo. No soy vendedor ni experto en marketing, pero me he propuesto ser un escritor (y yogui) activo.

Veamos. Éstas son las impresiones más importantes que he tenido tras tomar el pulso –de una forma muy modesta, claro está– a los mercados yóguico y literario:

Siguen valiendo las recomendaciones de terceros, sobre todo si estos terceros son figuras de autoridad que recomienden el libro.

En las librerías es más difícil, simplemente porque en ellas no es visible. A veces es mejor intentarlo en otros establecimientos. Exagerando un poco, hasta las carnicerías podrían valer.

Creo que el libro se sitúa en una frontera difícil y poco transitada, entre lo yóguico y lo literario. Y eso puede ser un hándicap, pero también un valor añadido.

En los círculos yóguicos no se valora suficientemente lo literario en sí, sigue valiendo más una tonelada de práctica… Ocurre lo mismo pero a la inversa en los círculos literarios, en los que la disciplina del yoga es un asunto desconocido. Por supuesto, estoy generalizando.

Creo que si el libro encontrara los canales adecuados de difusión podría tener éxito. Desde luego, existen muchas formas de definir el éxito. Para mí ya lo ha tenido, pero aquí hablo de vender ejemplares. En este punto, el éxito consistiría en lograr unas ventas que reportaran unas ganancias que pudieran corresponderse de forma racional con el trabajo realizado. Cosa difícil, porque parece que el éxito es una cosa bastante irracional, o todo o nada.

Los mejores canales quizá sean las entidades, escuelas, librerías o centros híbridos, lugares y personas que muestren un interés sensible en lo novedoso, en lo creativo, que estén abiertos a diferentes tendencias artísticas, culturales, expresivas, etc.

Es muy posible que el verano dé lugar a más reflexiones. Lo interesante es que todas estas cosas son el caldo de cultivo para otras muchas ideas. Algunas de ellas ya están en marcha. Veremos.

martes, 15 de mayo de 2012

Sutiles fronteras literarias

He visitado una nueva librería. Es grande y dispone de una especie de ágora y de múltiples pasillos en los que se ordenan los diversos géneros literarios. No he podido evitar acariciar el lomo de los volúmenes de filosofía. Tampoco he eludido a los psicólogos más representativos, ni a los escritores románticos. Mis dedos, al deslizarse entre ellos, querían cerciorarse de que estaban todos.

He abierto a Freud, a Jung y a algunos psicólogos transpersonales. La filosofía de la religión parece menos conocida. Lo oriental se escondía en una esquina exótica, lejos de la ortodoxia de nuestra civilización. Pero sus páginas encerraban verdades como puños, más grandes y más altas que todas las estanterías de esta librería juntas.

¿Cuánto tiempo hubo de pasar para que me decidiera por algún título? ¿Picoteo literario? No lo sé. Aunque los mensajes de cada texto eran dispares, siempre quise adivinar una suerte de fundamento esencial en todo lo que estaba escrito, trazas literarias para componer una visión integradora tal vez. ¿Acaso puede inventarse una nueva forma de leer?

Por fin elegí un volumen que se situaba en la frontera de lo místico y lo poético, las crónicas de ciertos filósofos independientes, nada académico. La librera, con una delicada amabilidad, me dicto unas extrañas instrucciones de uso. Nunca pensé que con los libros pudiera hacerse otra cosa que no fuera leerlos, acaso estudiarlos o meditarlos, pero parecía que al mío también se le podían dar otros usos prácticos.

La meditación, conocer la naturaleza de la mente, un espacio infinito, un cielo abierto y azul en el que de vez en cuando aparecen algunas nubes. Siempre acaban evaporándose, siempre se forma alguna tormenta. Proyectarme en el espacio, proyectarme entre las páginas de mi libro. Las sutiles imágenes que cada frase evoca. La conciencia de penetrar en el mundo del autor, perfiles de un sueño que el autor y el lector comparten. Una visión que se construye con el material de las vidas de ambos y que no le pertenece a ninguno de los dos. La literatura: memoria e imaginación.

Cuando llegué a casa me senté en mi sofá, puse sobre mi regazo el libro que había comprado, cerré los ojos y coloqué mis manos sobre la portada. Medité durante cinco minutos. Después abrí el libro al azar y leí dos párrafos. Volví a cerrarlo. Y una nueva meditación, pero esta vez nada de contar respiraciones. Me dediqué a la tarea de dar cuerpo a un mundo casi onírico, solidez a la escurridiza y volátil sustancia psíquica. No quise precisar las formas de las imágenes. Así hasta que una luz etérea pareció inundarlo todo. Y la vida de aquel mundo era en cierto modo autónoma. Cuando abrí los ojos el fuego sutil aún perduraba adherido a todas las cosas.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Mantener vivos a Los Discípulos

Verdaderamente esto cuesta. Si me quedo con los brazos cruzados, Los Discípulos se mueren ya. Y no estoy dispuesto a que eso suceda. Siete meses de vida y alrededor de 150 ejemplares vendidos. Ese es el balance del año.

Lo cierto es que esta aventura me está sirviendo para tantear el mercado editorial, para descubrir las mejores y las peores vías a través de las que el libro puede hacerse un hueco en el mundo literario. Una cosa está clara -a las pruebas me remito-, lo más importante son las recomendaciones de terceros. Si no hay alguien que recomiende el libro, hay poco que hacer.

Y las recomendaciones pueden hacerse de boca a oreja o a través de Internet. Y para esto último se requiere que el libro genere comentarios en las redes sociales o en blogs. Ese es el gran desafío que me impongo para los próximos meses: generar comentarios. Es probable que esto suceda si el número de fans del libro sigue aumentando. De momento, tenemos una dirección de Facebook más fácil de recordar: http://www.facebook.com/losdiscipulosdelsenorpez

Lo que es evidente es que en las librerías tenemos muy pocas posibilidades de éxito. Muchas más, quizá, en centros de yoga o en otros espacios que puedan sintonizar con la filosofía del libro. Y ese será otro de los frentes en los que me moveré durante los próximos meses. Todo sea por mantener viva la esperanza en un mundo, el del marketing literario, irracional e incomprensible como pocos.

lunes, 17 de octubre de 2011

Iniciación por cuenta propia

Creo que necesitamos justamente eso, que nosotros mismos nos saquemos nuestras propias castañas del fuego, y tanto en el yoga como en la literatura. Los Discípulos son una apuesta clara por esto.

No olvido las protocolarias iniciaciones de la tradición gurukula (maestro-discípulo), pero pienso que ya es hora de que el maestro interno salga a pasear un rato y hable con su propia voz, porque a buen seguro tiene mucho que decir.

Desde luego, siempre necesitaremos referencias externas y escuchar a los expertos en yoga que tengan más experiencia que nosotros. Sin embargo, deseo resaltar que nuestra vida yóguica es única, original y tiene un gran valor, y nunca carece de una sabiduría innata.

El mundo literario es otro cantar, y más en los tiempos que corren. Como no sea uno el que se promocione, me temo que hay poco que hacer. No creo que haya nada definitivo sobre la forma de editar y vender un libro. Así pues, marquemos nuestro propio estilo, iniciémonos con nuestras propias formas, démonos nuestros propios nombres, grabemos en nuestro ajna chakra la impronta genuina de nuestro propio carácter.