La siguiente es una entrevista que concedí hace unos meses a la revista Plaza Pública de Nuevo Naharros, una pequeña localidad cercana a Salamanca en la que
imparto clases de yoga desde hace un par de años. Ha sido publicada en el
número 11 de dicha revista. La reproduzco aquí en su totalidad.
¿Qué
podrías decirnos del yoga? ¿Cuáles son sus elementos distintivos? Si tuviera un
color o un sabor, ¿cuál sería?
Si alguien nos preguntara cuál es el color de
los grandes sabios hindúes o el color del yoga, diríamos fácilmente que el
naranja o el blanco. Colores vivos, y ahora más que nunca, al igual que la
ciencia del yoga, que ya es una cosa común en Occidente, incluso en provincias
como la nuestra. El medio rural no es ajeno a la expansión de esta práctica
india.
Las asanas (posturas del yoga) se han hecho un
hueco dentro de las tradiciones locales de los pueblos. Todo encaja. Como bien
dijo mi amiga Belén Santana con motivo de la presentación de mi último libro,
hace un par de meses, el yoga es compatible con el farinato.
¿Es una
ciencia del cuerpo, de la mente, o de ambos?
Casi todo el mundo sabe qué es lo que implica
practicar esta doctrina. Los beneficios para la salud son un hecho. Está casi
todo dicho, pero uno puede consultar cualquier libro sobre el tema en cualquier
biblioteca para darse cuenta de que es así. Con la práctica uno reconoce una
nueva realidad corporal y participa de ella, el cuerpo cambia y se renueva.
Pero la cosa no se queda en lo puramente físico. El yoga también es una ciencia
de la mente, un método y una disciplina que puede ayudarnos a conocer su
naturaleza. En una ocasión un alumno me preguntó: «¿Qué puedo hacer para parar
mi mente?». Le dije que no podía hacer nada, ya que la naturaleza de la mente
es precisamente moverse.
En ocasiones a mis alumnos les pregunto dónde
está la mente. Pero no me refiero con ello a que me digan qué están pensando,
sino literalmente dónde está la mente, en qué lugar. «¿Está la mente en la
cabeza?». Obviamente no. Si abriera la cabeza de todos mis alumnos sólo me
encontraría con un puñado de sesos grises. Por tanto, éste es un gran
descubrimiento: la mente no está en la cabeza ni en ningún otro lugar del mundo
físico. No puedo ver los pensamientos de las demás personas o localizarlos en
algún lugar del espacio. Tenemos que estudiar la naturaleza de este espacio
mental, y eso se consigue a través del yoga.
¿Tiene que
ver con la espiritualidad?
Siempre me gusta insistir en que el yoga no es
sólo una disciplina física, no es sólo una especie de gimnasia, también es una
disciplina que se ocupa de nuestra dimensión mental y de nuestra dimensión
espiritual, si queremos decirlo así, independientemente de lo que entendamos
por espiritual. Porque, desde el punto de vista de la tradición hindú, el ser
humano consta de varios niveles: cuerpo, mente, alma, espíritu. Las posturas de
yoga, al fin y al cabo, son la parte más visible de todo el asunto. Y es que la
mente –y con ella nuestra visión del mundo y de las cosas– también cambia con
la práctica.
¿Quién
puede practicarlo?
Uno puede empezar desde donde se encuentre,
desde el nivel en el que esté, y después ir profundizando. El menú yóguico
siempre es variado y uno puede tomar lo que más le atraiga de él. No hay
dogmas, rigideces ni métodos invariables. Flexibilidad y sutileza, éstas quizá
sean dos de las cualidades más importantes de esta tradición.
La constancia es importante. Sin ella es casi imposible
percibir algún avance. Con esa predisposición y con algo de voluntad por
nuestra parte podemos ir prosperando en nuestra andadura yóguica. Unos
descubrimientos nos conducen a otros. Profundizamos en las dimensiones sutiles
de nuestra naturaleza. Invertimos en el conocimiento de nosotros mismos. A
través de nuestra práctica sembramos hoy las semillas de un mañana en el que la
plenitud y la salud puedan ser nuestras señas de identidad. Esculpimos en
nuestro carácter ciertas trazas de sabiduría. Y, por supuesto, no somos ajenos
al mundo. Los estereotipos yóguicos deben empezar a caerse por su propio peso. No
estamos todo el día meditando, sentados en el suelo recitando el mantra om.
¿Qué se
pretende conseguir con el yoga?
Mi yoga pretende ser un yoga activo, un yoga que
se implique en lo social y que no le de la espalda a la realidad en la que
vivimos. Aunque creo que esto está aún por inventarse. Todavía no sabemos cómo
la difusión de la práctica de nuestra ciencia va a modificar la faz de nuestro
mundo y de nuestras costumbres. Aún es pronto. Pero quizá el talante de las
personas que lo practican comienza a sobresalir por encima de la media. «Sirve,
ama, da, purifica, medita, realízate». Éstas son algunas de las prescripciones
de Sivananda, uno de los sabios que difundió el yoga con más brío durante el
siglo pasado. Realizarnos, hacer real lo que somos. Ésa es una buena meta que
nos podemos imponer. Aquí Oriente y Occidente se dan la mano, porque la llamada
psicología transpersonal –una ciencia exclusivamente occidental– también
apuesta por eso. Llegar a ser lo que somos. Ésta puede ser la culminación de
nuestras aspiraciones yóguicas, una llama y un fuego que quizá nos convenga
mantener encendido en algún lugar de nuestro interior, especialmente en estos
tiempos de crisis. Si el fuego se mantiene activo, el calor está asegurado.
¿Ha sido
el yoga bien acogido en nuestra provincia?
Merecemos tenerlo entre nosotros, merecemos que
el yoga llegue a los confines de nuestra provincia. Ahí está su última
frontera, el último bastión conquistado por la ciencia de Patanjali (uno de los
sabios del yoga). Todos podemos contribuir a ese hecho, porque todos, alumnos y
profesores, somos discípulos de Matsyendra, el legendario señor de los peces,
de quien procede esta tradición. Él estaría sorprendido del alcance que ha
tenido su saber entre nosotros, pero a la vez orgulloso porque hemos sido
capaces de poner sobre la mesa y de hacer llegar a todo el mundo las bondades
de sus métodos.
De esto da cuenta Los Discípulos del Señor Pez, relato en el que se dibuja y se
refleja la trayectoria que podría recorrer cualquier yogui occidental,
cualquier persona que se ve empujada a la práctica por un anhelo de
conocimiento que no encuentra en ninguna otra parte. Como ya he dicho en muchas
ocasiones, hay muchos manuales de yoga, algunos imprescindibles si lo que
deseamos es iniciarnos en él con cierto fundamento y con ciertas garantías. Por
eso decidí escribir una historia diferente, porque creo que necesitamos que los
expertos nos hablen en primera persona y nos cuenten sus experiencias. ¿Cuáles
son sus motivos para practicar, sus dificultades, sus miedos, sus dudas, sus
descubrimientos? ¿Qué es lo que uno consigue con la práctica? ¿Cómo es la vida
de un yogui? En cierto sentido necesitamos bajar a los yoguis del pedestal al
que los hemos subido, porque creo que al fin y al cabo no son más que personas
comunes y corrientes que empezaron desde donde todos hemos empezado. Por eso el
Señor Pez puede ser una buena inspiración para todo el mundo.
Yoga y
literatura, una interesante mezcla, ¿no es así?
Sí, me parece interesante que ambas se den la mano. La tradición
literaria antigua tiene un peso importante en la cosmovisión hindú. En cambio
parece haberlo perdido en tiempos recientes. No se tienen en cuenta estos
factores literarios o artísticos en el yoga que se practica hoy. Creo que esto
principalmente ocurre porque el yoga no es una ciencia que se lea. El yoga se
practica, pero no se lee. Sin embargo, me ha parecido importante rescatar este
aspecto. La lectura también puede ser una práctica yóguica y, como toda
práctica, también puede contribuir a transformar nuestra mente. Con la buena
literatura el enriquecimiento está asegurado. Así pues, ejercicio físico,
relajación, respiración, meditación y también lectura. En este caso creo que
las aventuras del Señor Pez están bien para empezar.
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